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mi parte, personalmente, no se me importaría nada.
BARDOLFO.- Vamos, pasad a este lado.
MOHOSO.- Mi buen caporal capitán, por la salud de mi vieja patrona,
sed también mi amigo; no tendrá nadie a su lado para ayudarla,
cuando yo me vaya; es vieja y no puede hacer nada, tendréis cuarenta
chelines, señor.
BARDOLFO.- Vamos, pasad también a este lado.
ENCLENQUE.- Por mi alma que me es indiferente. Un hombre no
puede morir más que una vez. Debemos a Dios una muerte; nunca
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tendré el alma ruin; si ese es mi destino, sea; si no lo es, sea. Nadie es
demasiado bueno para servir a su príncipe; suceda lo que suceda, el
que muere este año, queda libre para el año próximo.
BARDOLFO.- Bien dicho; eres hombre de corazón.
ENCLENQUE.- Por mi fe, no tendré el alma ruin.
(Vuelven Falstaff, Trivial y Silencio)
FALSTAFF.- Veamos, señor. Cuáles son los hombres que debo llevar?
TRIVIAL.- Los cuatro que elijáis.
BARDOLFO.- (Bajo, a Falstaff) Señor, una palabra... Tengo tres
libras por dejar libres a Mohoso y Becerro.
FALSTAFF.- Comprendido; está bien.
TRIVIAL.- Vamos, Sir John, cuáles cuatro elegís?
FALSTAFF.- Elegid por mí.
TRIVIAL.- Pardiez! Mohoso, Becerro, Enclenque y Sombra.
FALSTAFF.- Mohoso y Becerro... Vos, Mohoso, quedaos en vuestra
casa, porque ya no sois apto para el servicio. En cuanto a vos, Becerro,
quedaos hasta que os hagáis apto para el mismo. No quiero ninguno
de los dos.
TRIVIAL.- Sir John, Sir John, no os perjudiquéis vos mismo; son esos
los hombres más sólidos y desearía serviros con lo mejor.
FALSTAFF.- Queréis enseñarme, maese Trivial, a elegir un hombre?
Acaso me preocupo de los miembros, del vigor, de la estatura, del
tamaño y de la corpulencia exterior de un hombre? Dadme el espíritu,
maese Trivial. Aquí tenéis a Verruga: veis que mezquina apariencia
tiene; pues os cargará y descargará su arma tan pronto como el
martillo de un estañador; le veréis ir y venir con la misma rapidez que
el mozo que llena los jarros de cerveza. Y ese mismo tipo de media
cara, Sombra, ese es un hombre; no presenta blanco al enemigo. Lo
mismo valdría que apuntara al filo de un cortaplumas. Y para una
retirada, con que ligereza este Enclenque, sastre de mujeres, sabrá
correr Oh! dadme esos hombres de deshecho y descartadme los
elegidos. Pon un arcabuz en manos de Verruga, Bardolfo.
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BARDOLFO.- Toma, Verruga. Apunten! Así, así.
FALSTAFF.- Vamos, manéjame ese arcabuz. Así; muy bien; vamos;
bueno, bueno; excelente. Oh, dadme siempre un tirador pequeño,
descarnado, viejo, huesoso, pelado. Perfectamente, Verruga; eres un
buen chico; toma, aquí tienes seis peniques, para ti.
TRIVIAL.- No domina bien ese arte, no lo hace como es debido. Me
acuerdo que en el prado de Mile-End (cuando estaba en el colegio de
San Clemente) yo hacía entonces el papel de Sir Dagonet en la
pantomima de Arturo, había un diablillo de muchacho que os
manejaba el arma así, moviéndose para acá, para allá, para adelante,
para atrás. Ra! ta! ta! chillaba y luego Bounce! y partía de nuevo y
volvía. Nunca veré un demonio semejante.
FALSTAFF.- Estos muchachos servirán, maese Trivial. Dios os
guarde, maese Silencio. No usaré muchas palabras con vosotros.
Quedad con Dios ambos, señores. Tengo que hacer una docena de
millas esta noche. Bardolfo, dad el uniforme a estos soldados.
TRIVIAL.- Sir John, el cielo os bendiga, haga prósperos vuestros
negocios y nos envíe la paz! A vuestro regreso, visitad mi casa;
renovaremos nuestra vieja relación. Quizá vaya con vos a la Corte.
FALSTAFF.- Mucho me alegraría, maese Trivial.
TRIVIAL.- Vamos, he dicho. Adiós.
(Salen Trivial y Silencio)
FALSTAFF.- Adiós, gentiles caballeros. Adelante, Bardolfo; llévate
esos hombres. (Salen Bardolfo, reclutas, etc.) A mi vuelta, sondearé
estos jueces de paz; veo ya el fondo del juez Trivial. Señor, señor,
cuan sujetos estamos nosotros los viejos a ese vicio de la mentira! Este
hambriento juez de paz no ha hecho más que charlar sobre las
extravagancias de su juventud y las hazañas que llevó a cabo en
Turnbull-Street; cada tres palabras, una mentira, tributo al auditor,
pagado con más exactitud que el del Gran Turco. Le recuerdo en San
Clemente, como una de esas figuras hechas después de comer con las
cortezas del queso. Cuando estaba desnudo, era, para todo el mundo.
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como un rábano torcido, terminado por una cabeza fantásticamente
tallada con el cuchillo; era tan enjuto, que sus dimensiones habrían
sido invisibles para una vista medio confusa; era el verdadero Genio
del hambre y sin embargo, lujurioso como un mono; las p... le
llamaban Mandrágora: iba siempre a retaguardia de la moda; cantaba
a sus sucias hembras las tonadillas que oía silbar a los carreteros,
jurando que eran fantasías o nocturnos de su caletre. Y ahora tenemos
a esa espada de palo del vicio convertido en caballero; habla tan
familiarmente de Juan de Gante, como si hubiera sido su hermano de
armas. Juraría que no le ha visto más que una vez, en el campo del
torneo, el mismo día que le rajaron la cabeza por haberse metido en el
séquito del mariscal. Yo le vi y dije a Juan de Gante que batía su
propio nombre, porque se le podía meter, con toda su vestimenta, en
una piel de anguila; el estuche de un oboe habría sido para él un
palacio, un patio; y ahora tiene tierras y ganados! Bien está;
estrecharemos relaciones, si vuelvo. Muy mala suerte tendrá, si no le
convierto en piedra filosofal por partida doble para mi uso propio. Si
la pescadilla joven es una buena carnada para el viejo lucio, no veo
razón porque yo, siguiendo la ley de la naturaleza, no me le he de
tragar. Que la ocasión ayude y hecho está. (Sale)
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