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enfermos. ¡Eso sí que es bonito!
-¡Puf! ¡Qué asco! Tendrás que oler el ricino y andar con
jarabes, purgantes y otras cosas malolientes.
- ¡Qué importa! Yo no he de tomarlos; servirán para curar
a mis enfermos, y eso sí me gusta. ¿No le curé a mamá Bhaer
el dolor de cabeza, con una infusión de salvia? ... ¿No se le
calmó, antes de cinco horas, el dolor de muelas a Ned con mi
elixir? ...¡Ya ves que sí!
-Y ¿pondrás sanguijuelas, arrancarás muelas y cortarás
piernas a las personas? -murmuró, aterrada, Daisy.
-¡Naturalmente! No me importa que una persona se haga
pedazos; yo la compondré. Mi abuelo era médico; una vez le
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cortó a un hombre un pedazo de la cara; yo vi la operación y
tuve la esponja; mi abuelo dijo que era muy valiente.
-¡Qué valor tienes! ... A mí me disgusta que las personas
enfermen, y me agrada cuidarlas; pero me asusto enseguida.
-Bueno; serás mi enfermera y sujetarás a mis enfermos
cuando yo les dé masajes y les corte las piernas.
- ¡Barco a la vista! ¿Dónde anda Nan?
-Aquí estamos.
-¡Ay! ¡Ay! -gimió la misma voz, y apareció Emil
tapándose una mano, y haciendo gestos de dolor.
-¿Qué te pasa? -preguntó agitada Daisy.
-Una pícara espina se me ha clavado en el pulgar. No
puedo sacármela. ¿Quieres quitármela, Nan?
-Está muy honda y no tengo aguja -contestó la curandera,
examinando concienzudamente la lesión.
Daisy sacó del bolsillo un estuche de costura y agujas.
-Tú siempre tienes lo que necesitamos -observó Emil.
Nan se prometió llevar siempre un papelillo de agujas
para estas curas, que eran muy frecuentes. Daisy se tapó los
ojos, mientras la cirujana pinchaba con pulso sereno, atenta a
las indicaciones de Emil, en términos no médicos.
-¡Por la proa! ¡Firmes, muchachos! ¡A babor! ¡Orza!
-¡Aquí está!
-¡Me duele!
-Dame un pañuelo y te pondré una venda.
-No tengo; toma esos trapos que han puesto a secar.
-¡Ay que gracia! ¡No, hijito, no! No hay que tocar los
vestidos de las muñecas -gritó Daisy, muy indignada.
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-¡Chúpate el dedo! -ordenó el doctor, examinando la
espina extraída.
Emil agarró el primero que halló a mano... ¡Las enaguas
blancas de Semíramis, reina de Babilonia! Nan, sin protestar,
desgarró la regia prenda, aplicó un vendaje y despidió al
paciente, advirtiéndole:
-Conserva mojada la venda y no te dolerá la herida.
-¿Qué te debo? ... preguntó, riendo, el comodoro.
-Nada; he establecido un dispensario, o sea, un lugar en
donde se cura gratuitamente a los enfermos.
-Gracias, doctor Giddygaddy". Tenme por cliente tuyo
-dijo Emil; alejándose riendo pero agradecido, se volvió para
decir-: Doctor, el viento se lleva los trapos que tienes ahí.
Pasando por alto el irrespetuoso epíteto, bajaron deprisa
las niñas a recoger la ropita lavada y ya seca, y se fueron a casa
para encender la cocinita y planchar.
Leve ráfaga de viento movió el viejo sauce, que pareció
reír blandamente por lo que acababa de escuchar. Momentos
después, otra pareja de pajaritos se encaramó al nido del
árbol, para charlar confidencialmente.
-Bueno, amigo Nat, voy a revelarte el secreto.
-Empieza cuando quieras, querido Tommy.
-Oye; nuestros compañeros hablaban, hace poco, acerca
"del último e interesante caso de circunstancial evidencia"
-exclamó el muchacho, citando, disparatadamente, frases de
un discurso pronunciado en el club por Franz-, y yo propuse
que en prueba de afecto, de respeto y de... ¿ya me
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comprendes?, ofreciéramos a Dan algún recuerdo bonito y
útil. ¿Qué crees que hemos elegido? ...
-Una manga para cazar mariposas; es lo que más necesita
-contestó Nat, lamentando que se le anticiparan, pues ése era
el obsequio que él preparaba a su amigo.
-Te equivocas; le regalaremos un magnífico microscopio,
para que podamos ver los bichitos del agua, las estrellas del
cielo, los huevos de hormiga, y todos los insectos. ¿Qué te
parece el regalo?...- dijo Tommy, confundiendo los
microscopios con los telescopios.
- ¡Admirable! ¡Extraordinario! Pero debe costar caro...
-Sí; pero contribuiremos todos. Yo doy mis cinco dólares.
- ¡Eres la criatura más generosa del mundo! ...
Mira, el pícaro dinero me ha dado disgustos y
preocupaciones; renuncio a guardar, y así ni me envidiarán,
ni me robarán, ni sospecharé de nadie.
-¿Te lo permitirá papá Bhaer? ...
-Sí; y aprueba mi plan; dijo que los hombres mejores que
él ha conocido invertían el dinero en vida, en vez de
guardarlo para que riñesen sus herederos al repartírselo.
-Tu padre es rico: ¿qué hace con el dinero? ...
-No lo sé; me da lo que necesito. Le hablaré de esto
cuando lo vea, y verá en mí un buen ejemplo.
-¿Te atreverás a quedarte sin dinero? . . .
-Ya lo verás. Papá Bhaer me aconsejará el modo de
emplearlo. En principio los cinco dólares son para el
microscopio de Dan. Luego, cuando reúna un dólar,
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favoreceré a Dick; sólo tiene cinco centésimos semanales para
sus gastos.
-Te admiro y te imitaré, renuncio a comprarme un violín;
regalaré a Dan la manga para cazar mariposas, y si me queda
dinero obsequiaré a Billy; me quiere mucho, y aunque no es
pobre, le agradará tener un recuerdo mío.
-Bueno; ven y le preguntaré a papá Bhaer si puedes
acompañarme a la ciudad el lunes por la tarde; mientras yo
compro el microscopio tú compras la manga. Franz y Emil
vendrán, y pasaremos bien el rato curioseando las tiendas.
Los muchachos pasearon discutiendo sus planes, y
sintiendo ya la complacencia de favorecer al pobre y
desvalido.
-Esto está fresco; descansaremos un poco -propuso
Medio-Brooke a Dan, al regresar de un largo paseo por el
bosque.
-Bueno -contestó Dan, subiendo al nido del sauce.
-Oye; ¿por qué se mueven las hojas del abedul más que
las de los otros árboles? ...
-Porque cuelgan de distinto modo. Fíjate y verás que la
hoja está unida al vástago por una especie de pinza; esto hace
que se agiten al más leve soplo de viento; en cambio las de
roble penden rígidas y permanecen más quietas.
-¡Es curioso! ¿Les sucede a éstas lo mismo? -preguntó
Medio-Brooke, señalando un tallo de acacia.
-No; ésas pertenecen a una especie que se cierra cuando
las tocan. Pon el dedo en mitad del tallo, y verás plegarse las
hojas -contestó Dan, examinando un trozo de mica.
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Medio-Brooke hizo la prueba y en el acto las hojas se
plegaron, hasta que el vástago mostró en vez de una línea
doble una línea sencilla de hojas.
- ¡Es admirable! Y ¿para qué sirven estas otras hojas?
-interrogó Medio-Brooke, enseñando una nueva rama.
-Estas son hojas de morera; sirven para alimentar a los
gusanos de seda hasta que empiezan a hilar. Una vez estuve
en una fábrica de seda y vi salones llenos de tablas cubiertas
con hojas; los gusanos comían tan deprisa que armaban
mucho ruido. A veces comían tanto que se morían. Dile esto
a Zampa-bollos -murmuró Dan, riendo.
-Sé algo de estas hojas; las hadas las usan para adornarse.
-Si yo tuviera, ¡que ni lo tengo ni lo tendré!, un
microscopio, te enseñaría cosas más lindas que las hadas.
Conocí a una viejecita que cosiendo unas con otras las hojas
de morera se hacía gorros de dormir, que le aliviaban las
jaquecas.
- ¡Qué gracia tiene! ¿Era tu abuela? ...
-No he conocido a mis abuelas. Era una viejecita muy
rara que vivía en una casa ruinosa, sin más compañía que
diecinueve gatos. Decían que era bruja, pero no era verdad.
Conmigo era muy cariñosa y me dejaba calentarme en su
chimenea, cuando yo huía de los malos tratos del asilo.
-¿Has estado en un asilo? ...
-Poco tiempo; pero eso ni viene al caso ni te importa;
no... me gusta recordarlo -contestó Dan.
-Háblame de los gatos -suplicó Medio-Brooke,
lamentando su indiscreción.
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-Sé que tenía siempre muchos y que los encerraba en un
tonel por las noches; yo me entretenía en soltarlos y en
Verlos correr; entonces, la vieja, regañando y gritando
furiosamente, los perseguía, los atrapaba y los encerraba de
nuevo.
-Pero, ¿los trataba bien? ...
-Creo que sí. ¡Pobrecilla! Recogía a todos los gatos
perdidos y enfermos de la población y cuando alguien
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