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inteligencia y al entendimiento corresponde.
La sabiduría es un compuesto de la ciencia y del entendimiento,
porque la sabiduría está en relación a la vez con los principios y con las
demostraciones, que se derivan de los principios y son el objeto propio
de la ciencia. En tanto que la sabiduría toca a los principios, participa
del entendimiento; y en tanto que toca a las cosas, que son
demostrables como consecuencias de los principios, participa de la
ciencia. Luego la sabiduría se compone de ciencia y de entendimiento;
y se aplica a las cosas, a las que se aplican igualmente el entendimiento
y la ciencia. En fin, la conjetura es la facultad por la que procuramos,
en todos los casos en que las cosas presentan un doble aspecto,
distinguir si son o no son de tal o de cual manera.
La prudencia y la sabiduría, que acabamos de definir, ¿son o no
una sola y misma cosa? La sabiduría se dirige a las cosas a que alcanza
la demostración y que son inmutablemente siempre lo que son. Pero la
prudencia, lejos de referirse a las cosas de esta clase, se refiere a las
cosas que están sujetas a cambio. Me explicaré: por ejemplo, la línea
recta, la línea curva, la línea cóncava y todas las cosas de este género
son siempre las mismas; pero las cosas de interés no son tales que no
puedan estar perpetuamente cambiando; cambian, pues, y el interés de
hoy no es el interés de mañana; lo que es útil a éste no lo es a aquél, y
lo que es útil de tal manera no lo es de tal otra. Y la prudencia, no la
sabiduría, es la que se aplica a las cosas de utilidad, a los intereses.
Luego la prudencia y la sabiduría son muy diferentes. ¿Pero la
sabiduría es o no una virtud? Puede verse claramente que sólo es virtud
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en cuanto participa de la naturaleza de la prudencia. La prudencia,
como ya hemos dicho, es una virtud de una de Ias dos partes del alma
que poseen la razón; pero es evidente que está por debajo de la
sabiduría, porque se aplica a objetos inferiores. La sabiduría sólo se
aplica a lo eterno y a lo divino, cómo acabamos de ver, mientras que la
prudencia se ocupa sólo de intereses humanos. Luego si el término
menos elevado es una virtud, con más razón lo será el término más
alto; lo cual prueba ciertamente que la sabiduría es una virtud.
Por otra parte, ¿qué es la habilidad y a qué se aplica? La habilidad
se ejercita también en las cosas a que se aplica la prudencia, es decir en
las cosas que el hombre puede y debe hacer. Se da el nombre de hábil
al que es capaz de deliberar sensatamente y de ver y juzgar bien, pero
cuyo juicio se aplica a cosas pequeñas y sólo gusta de las mismas. Y
así la habilidad y el hombre hábil sólo son una parte de la prudencia y
del hombre prudente, y no podrían existir sin ellos, porque es
imposible separar la idea del hombre hábil de la del hombre prudente.
La misma observación puede aplicarse también a la mafia. La mafia no
es la prudencia; el hombre mañoso no es el hombre prudente; sin
embargo, el hombre prudente es mañoso. He aquí por qué la maña
coopera en cierta manera a los actos de la prudencia. Pero se dice de un
hombre malo que es mañoso, y así es la verdad; como, por ejemplo,
Mentor, que parecía mañoso, sin ser por eso prudente. Lo propio de la
prudencia y del hombre prudente es el desear siempre las cosas más
nobles, preferirlas siempre y practicarlas siempre. Por lo contrario, el
objeto único de la maña y del hombre mañoso es descubrir los medios
de realizar las cosas que hay que realizar y saber proporcionárselas.
Tales son los objetos que ocupan al hombre mañoso, y a los cuales
consagra todos sus cuidados.
Por lo demás. se nos podría preguntar, no sin extrañeza, por qué,
siendo el objeto de esta obra la moral y la política, hemos venido a
hablar también de la sabiduría. Nuestra primera respuesta es, que si la
sabiduría es una virtud, como dijimos antes, no debe ser extraño a
nuestro objeto su estudio. En segundo lugar, compete al filósofo
estudiar sin excepción todos los objetos que están comprendidos en un
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mismo círculo: y puesto que hablamos de las cosas del alma, es justo
hablar de todas; y como la sabiduría está en el alma, hablar de ella no
es salirse del estudio del alma.
La relación que hemos señalado entre la maña y la prudencia se
aplica, al parecer, a todas las demás virtudes. Quiero decir, que en cada
uno de nosotros hay virtudes innatas debidas a la naturaleza y que son
como fuerzas instintivas, que sin la intervención de la razón arrastran a
cada hombre a actos de valor, de justicia y a otros relativos a las demás
virtudes. Me apresuro a decir que estas virtudes se forman también
bajo la influencia del hábito y de la voluntad. Pero sólo las virtudes
adquiridas y a las que va unida la razón son por completo virtudes y las
únicas dignas de estimación. Así, pues, la virtud puramente natural
obra sin la razón, y precisamente porque está aislada de la razón es
débil y no es digna de alabanza; pero si se une a la razón y al libre
albedrío, entonces forma la virtud completa y perfecta. El instinto
natural, que nos arrastra a la virtud, necesita el apoyo de la razón y no
puede existir sin ella. Por otra parte, la razón y el libre albedrío no
llegan a formar completamente la virtud por sí solos, sin la tendencia
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