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Abel reflexionó marcando el compás lentamente con el índice.
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-Tenemos al Edil, sabe usted,.. -¿Qué Edil?
-El que mató a los patrulleros y al sarkita. -¡Ah!, ¿de veras? ¡Oh...! ¿Cree usted que a Fife le va a importar eso si
se trata de apoderarse de todo Sark?
-Sí, lo creo. No es sólo que tengamos al Edil, ¿comprende?, se trata de las circunstancias de su captura. Me
parece, Steen, que Fife me escuchará atentamente..., y con humildad, además.
Por primera vez desde que conocía a Abel, Junz sintió la frialdad disminuir en el tono de su voz, y ser sustituida
por un tono de satisfacción, casi de triunfo.
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El cautivo
Lady Samia de Fife no estaba muy acostumbrada a sufrir decepciones. Era algo sin precedentes, incluso
inconcebible, que llevase varias horas decepcionada.
El comandante del espacio-puerto volvía a ser enteramente el capitán Racety. Era cortés, casi obsequioso,
parecía contrariado, expresaba su pesar, negaba el menor deseo de llevarle la contraria, pero se mostraba
férreo contra sus menores deseos claramente expresados,
Finalmente se vio obligada, después de expresar sus deseos y exigir sus derechos, a obrar como si fuese una
vulgar sarkita.
-Supongo que como ciudadana tendré el derecho, si quiero, de ir al encuentro de cualquier nave que llegue... -
dijo en tono mordiente y duro.
El comandante se aclaró la voz y la expresión de contrariedad se acentuó en sus rígidas y acusadas facciones.
Finalmente, dijo:
-Le aseguro, milady, que no tenemos el menor deseo de excluirla. Se trata sólo de que hemos recibido órdenes
formales del Señor, su padre, de prohibirle acercarse a la nave.
-¿Es que me da usted orden de que abandone el puerto, entonces? -dijo en tono helado.
-No, milady. -El comandante se alegraba de poder contemporizar-. No tenemos orden alguna de expulsarla del
puerto. Puede permanecer aquí si tal es su deseo. Pero, con el debido respeto, tendremos que impedirle que se
acerque usted a los pozos.
Se marchó; y Samia seguía sentada en el fútil lujo de su coche, a cien pies en el interior de la entrada principal
del espacio-puerto. Habían estado esperándola y observándola. Seguirían seguramente observándola. Si osaba
tan sólo, hacer dar una vuelta a una rueda, pensaba indignada, le cortarían probablemente la energía.
Rechinó los dientes. Era indigno por parte de su padre hacer aquello. Era un hombre de una pieza. La trataban
siempre como si no entendiese nada. y no obstante, ella había creído que su padre la entendía.
Fife se levantó de su sillón para recibirla, cosa que no hacía por nadie desde que madre había muerto. La
abrazó afectuosamente, dándole golpecitos en la espalda, dejó todo su trabajo por ella. Había despedido incluso
a su secretario porque sabía que el aspecto blanquecino de los indígenas le inspiraba repugnancia.
Era casi como en los viejos tiempos, antes de que el abuelo muriese y papá no hubiese sido todavía elegido
Gran Señor .
-Mia, hija -dijo-, he contado las horas. No pensé nunca que hubiese un camino tan largo desde Florina. Cuando
supe que estos indígenas se habían metido en tu nave, la que yo había mandado precisamente para asegurar tu
seguridad, creí volverme loco.
-¡Papá! ¡Si no había nada de qué preocuparse1
-¿Crees que no? ¡Estuve a punto de mandarte la flota entera a sacarte de allí y traerte con todas las garantías
militares!
Se rieron los dos de la idea. Transcurrieron algunos minutos antes de que Samia pudiese llevar la conversación
al tema que la interesaba.
-¿Y qué vas a hacer con los detenidos, papá? -preguntó Samia con fingida indiferencia.
-¿Y para qué quieres saberlo, Mia?
-¿No creerás que tenían el plan de asesinarme o algo así?
-No debes tener estas feas ideas -dijo Fife sonriendo.
-No lo crees, ¿verdad? -insistió ella.
-Desde luego. que no.
-¡Bien! Porque he hablado con ellos, papá, y creo que no son más que dos pobres seres desgraciados. No me
importa lo que diga el capitán Racety.
-Tus «pobres seres desgraciados» han infringido una serie de leyes, Mia...
-No puedes tratarlos como vulgares criminales papá -dijo ella con el temor en la voz.
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-¿Por qué no?
-El hombre no es un indígena. Es de un planeta llamado Tierra. Ha sido psicoprobado y es irresponsable.
-Bien, en ese caso, hija mía, el Depsec lo averiguará. Dejémoslo en sus manos.
-No, es demasiado importante para confiárselo a ellos. No lo entenderán. Nadie lo entiende. r Salvo yo!
-¿Sólo tú en todo el mundo, Mia? -dijo con indulgencia, apartando con un dedo un mechón de cabello que le
había caído sobre la frente.
-¡Sólo yo! -respondió Samia con energía-. ¡Sólo yo! Todos los demás creerán que está loco, pero yo estoy
segura de que no lo está. Dice que un gran peligro amenaza Florina y toda la Galaxia. Es analista del espacio y
ya sabes que se especializó en cosmogonía. ¡Tiene que saberlo!
-¿Cómo sabes que es un analista del espacio, Mia? -Él lo dice.
-¿Y cuáles son los detalles del peligro?
-No lo sabe. Ha sido psicoprobado. ¿No ves que ésa es la mejor prueba de todo? Sabía demasiado. Alguien
tenía interés en que no hablase. -Su voz bajó instintivamente de tono y se hizo confidencial. Dominó un impulso
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